Con
demasiada frecuencia, se ha presentado al tercer Reich como un estado
centralizado implacablemente eficaz, en el todo el esfuerzo durante los
años 1939-45 se orientó hacia las exigencias de la guerra total. Sin
embargo, la realidad fue algo diferente. Su programa se caracterizó más
por el caos que por una organización precisa. La carencia de cualquier
programa central capaz de coordinar los distintos centros de esfuerzo
tecnológico hizo que los alemanes, a pesar de sus muchos logros, no
consiguieran al final producir ninguna arma decisiva para la guerra.
Durante la guerra, hubo tres grupos
principales de investigación, cada uno de ellos completamente
independiente de los otros. En primer lugar, estaban los establecimientos
de la Wehrrmacht divididos en las ramas de los tres ejércitos: La oficina
de armamento del ejército de tierra, la oficina de armamento de la Marina
y la oficina técnica del ministerio del aire que eran responsables de
desarrollar, probar y procurar armas y de transmitir a la industria las
necesidades de las fuerzas armadas con sus especificaciones técnicas. Las
rivalidades entre los ejércitos impidieron el adecuado intercambió o de
información, así como un obsesivo secretismo.
En segundo lugar, había un sector privado de
investigación industrial muy importante, dirigido por compañías como la
Heinkel, la Messerchmitt, la Krupp, la LG Faben, la Zeiss y la Siemens.
Estas firmas realizaron trabajos por su cuenta para presentar ante la
Wehrrmacht armas ensayadas y probadas. La Marina, dejó la investigación
en manos de la empresa privada.
En tercer lugar estaban los centros de
investigación de la universidad y alrededor de treinta institutos del
Kaiser Wilhelm Gesellchaft ligados todos ellos al consejo de
investigación del Reich, un organismo de pomposo título, pero con poca
capacidad de dirección. Para terminar, debe hacerse alguna mención de
pequeños organismos de investigación, tales como los que dependían del
ministerio de correos (que hicieron valiosos trabajos en otras áreas,
como en el campo nuclear, y también alcanzaron éxito en el
desciframiento de conversaciones telefónicas supuestamente secretas,
incluyendo las de Winston S. Churchill y Flanklin D. Roosevelt, en 1942).
Los alemanes no aprendieron de su
desafortunada experiencia en la primera guerra mundial, que la
centralización y dirección de la investigación era vital. Como no
había un organismo central, no hubo un solo consejero científico que
Hitler; el doctor Bernard Rust, ministro de la ciencia, educación y
asuntos públicos, ni siquiera llegó a intentar desempeñar este papel.
Rust era un jefe débil, de poca agilidad mental, cuya actitud hacia los
científicos se desveló pronto, cuando declaró que "los
científicos son unos charlatanes, que carece de ideas originales".
Esta desdichada ineficacia en la organización
de la investigación no fue privativa de Alemania: los aliados la
sufrieron en alto grado.
Esta situación lamentablemente se agravó
aún más por ciertos factores especiales a los que estaba sometida la
ciencia únicamente en el tercer Reich. El más importante de todos ellos
era la política hecha por los nacionalsocialistas contra los judíos y
otros elementos antisociales. A pesar del número de judíos expulsados o
encarcelados durante los años treinta, la proporción de científicos
alemanes fue relativamente pequeña, a lo sumo un 12%, pero las
repercusiones fueron particularmente graves. En una ocasión Rust se
dirigió a un destacado matemático preguntándole: "¿Es verdad,
profesor, que su instituto se ha resentido mucho por la partida de los
judíos y de sus amigos?", a lo que le contestó: "¿Resentido?.
No, no se ha resentido, es que ya no existe". No sólo se rechazó a
los judíos, sino también su trabajo. Ciertos métodos de física se
consideraban como física judía y como judíos blancos a los alemanes que
los defendían; así que Alemania trabajó con desventaja en la búsqueda
de la bomba atómica además de todo esto, había un pequeño pero
creciente e influyente número de científicos alemanes que, dándose
cuenta de la barbaridad moral e intelectual del Reich Hitler, trataron de
mantener sus posiciones al mismo tiempo sin comprometer su trabajo con lo
que pudiera representar una ayuda importante para el esfuerzo bélico.
Pero, a pesar de estos inconvenientes, los
científicos y técnicos del tercer Reich fueron capaces de realizar una
serie de proyectos de investigación que no tuvieron parangón entre los
aliados. Su pericia e imaginación fueron en extremo impresionantes. Por
ejemplo, algo que interesó particularmente a los hombres de ciencia
alemanes fue la utilización del aire como arma. Se desarrolló un cañón
de aire, que lanzaba un chorro de aire a gran presión desde un arma
colocada a unos 30 pies de altura, con un cañón inclinado de 50 pies de
largo. Durante las pruebas, se vio que el cañón podía destrozar un
tablón de 1 pulgada de grosor, con un alcance de 200 yd.. También
desarrollo una especie de cañón huracán que pretendía producir
torbellinos artificiales en el aire capaces de destruir un avión enemigo
haciéndole perder el control. Se consiguió al fin el éxito de este
prototipo pero el arma no llegó a usarse operativamente. El aire a
presión se uso también en un cañón de sonido, que proyectaba un rayo
de energía de sonido tan intenso que se pensaba que podría matar a un
hombre durante 1 minuto a una distancia de 60 yd. de incapacitarlo
seriamente a 300 yd.. Se hicieron pruebas pero no se desarrollo el
proyecto.
La presión también era la idea primordial en
el desarrollo de la Hochdruckpumpe, el cañón bomba de alta presión que
se pretendía que bombardeara objetivos tan lejanos como Londres, Amberes
y Luxemburgo. Tenía por lo menos 150 pies de largo y disparaba un
proyectil el día 8 pies. El misil era lanzado a una velocidad de 4.800
pies por segundo, suficiente para enviarlo a 85 millas.
Otros avances fueron las cargas huecas de
explosivo, granadas de racimo y el uso de cemento como alojamiento de
proyectiles.
Contrariamente a lo que generalmente se cree,
al principio de la guerra los alemanes estaban tan avanzados en la
tecnología del radar como los británicos. El 1938 habían inventado el
equipo de radar Freya, un equipo móvil que operaba en la frecuencia
decimétrica y que podía determinar la distancia per no la altura. Mucho
mejor era el radar Wuerzburg que he se empezó a producir al principio de
la guerra y podía lograr excelentes resultados, marcando la situación,
curso y altitud de un avión con mucha precisión hasta una distancia de
veinticinco millas . El Freya con un alcance de hasta 90 millas, sirvió
como primer radar de alerta temprana, mientras que Wuerzburg tenía la
precisión necesaria para los cañones antiaéreos y los interceptores.
Sobre el campo aliado, los alemanes tuvieron éxito con el aparato X, un
invento de radiobaliza que llevaba de noche a los bombarderos directamente
sobre sus objetivos y que señalaba el momento de arrojara las bombas.
El Lichtenstein era un radar aerotransportado
para usarse con un caza nocturno que y se utilizó operativamente por
primera vez el 9 de agosto de 1941.
Antes de arroz la allegada al poder de Hitler,
Alemania tenía la gran ventaja de poseer la cuna de en la ciencia nuclear
dentro de sus fronteras en la universidad de Goettingen. Los
nacionalsocialistas tardaron sólo unas semanas, en la primavera del 1933,
en destruir esta antigua fundación como centro de investigación. La
universidad nunca se recuperó de la expulsión o ante la forzada
dimisión de numerosos profesores y escolares judíos. Ni tampoco lo hizo
la física nuclear alemana.
Mientras que los alemanes iban por delante en
muchos aspectos antes de 1942, el fracaso completo de sus científicos en
conseguir el reconocimiento y el apoyo del gobierno significó que se
logró muy poco más.
De todos los productos terminados por la
investigación en el tercer Reich, son los cohetes los que más llamaron
la atención. En el campo de la cohetería, Alemania durante la guerra fue
soberbia. Al principio de los años treinta, la investigación de cohetes
la emprendieron pioneros como Oberth y Winkler, e interesó al ejército
hasta el punto de destinar al capitán (más tarde general de brigada) Dr.
Walter Dornberger para encargarse del desarrollo de armamento secreto.
Estuvo asistido por el Dr. Werner von Braun. En 1933, se desarrolló el
A-1 (el predecesor del V. 2, seguido por el A-2 en 1934, que voló a una
altura de 6.500 pies y en 1937, el A-3).
Sin embargo, a Doernberger sólo le dieron
unos recursos limitados para este costoso trabajo altamente experimental.
En 1939, su equipo se componía únicamente de 300 hombres y el alto mando
aprobó de mala gana el suministro de unas escasas materias primas para el
proyecto que podía ocurrir que no fuera operativo hasta que la guerra
hubiera terminado. La situación no cambió hasta el 3 de octubre de 1942,
después del lanzamiento con éxito del A-4, ya algo tarde. La actitud de
los líderes alemanes cambió considerablemente con un cohete que
alcanzaban casi 120 millas y una altura de unas 50 millas. Ahora con un
arma disuasoria Hitler dio al proyecto el respaldo que debería haberle
dado desde un principio.
Se invirtieron dinero y equipos en el programa
y el centro de cohetes de Peenemunde se amplió llegando a albergar a unos
2000 hombres de ciencia. También se instituyó un comité para coordinar
el desarrollo del cohete (de hecho llegó a ser una especie de obstáculo,
porque estaba presidido por un experto no en cohetes sino en locomotoras).
El V. 2 que ya estaba listo para ser
disparados operativamente hacia la mitad de 1944, representó una
considerable mejora sobre el primer A-4. Podía alcanzar unas 200 millas
transportando una carga de 1.650 libras de alto explosivo. Tenía 46 pies
de altura y un peso de unas 12,5 toneladas en el lanzamiento (9 toneladas
eran de combustible). El tiempo de fabricación se redujo de 19.000
hombres/hora de 1943 hasta 4000 en 1945 (cada V. 2 de llevaba unas 30.000
piezas).
